Vivir cabreado con el mundo

Últimamente algunos de mis allegados me han hecho ver que vivo cabreado con el mundo y me ha sentado mal oírlo, pero creo que por desgracia, debo darles la razón.
Cada vez estoy más apático y menos cosas me hacen ilusión, algunos días casi ni siento ni padezco y es que me niego a que este mundo sea como es, que todos estemos abocados a pasar por el aro de la sociedad que nos quiere imponer todo, horarios de trabajo, horarios de televisión, días específicos para despilfarrar el dinero... Hoy por ejemplo es el puñetero Black Friday.
Estoy harto de políticos que engañan y roban y pretenden dar lecciones de moral a otros que también se saltan la ley argumentando que lo que ha hecho el otro es peor que lo mío. España es un país de pícaros y lo seguirá siendo como no cambien las cosas. Y si los dos partidos mayoritarios (ahora ya no está claro si lo siguen siendo) no quieren cambiar las cosas para seguir en el poder mientras los infelices ciudadanos no dejen de votarles, pienso que a veces sería mejor vivir en anarquía antes que gastarnos dinero en pagar sueldos a personas que no hace nada o que lo poco que hacen es para esquilmar al país.
He perdido la confianza en la política. Con veinte años, creía que el mundo podría cambiar y esperaba que fuera a mejor, pero no es así. Nos lo estamos cargando y casi todos somos responsables. Cada día hay más contaminación porque es muy cómodo ir en coche a trabajar en lugar de gastar tiempo en transporte público, además somos mucho más consumistas que hace años, queremos comprar productos que nos traen desde miles de kilómetros sin pensar en el gasto que ese transporte supone (aunque no lo paguemos).
Estoy cabreado con mucha gente y conmigo mismo, porque mi fuerza de voluntad es inexistente y aunque hay voces que me lo recuerdan para que lo cambie, no pongo nada de mi parte. Sigo metido en la rutina y no salgo del mismo bucle. Día sí, día también.
Escribo esto más para mi que para quien lo lea, pero me apetecía ponerlo por escrito de forma que pueda servirme de algún modo como un estímulo. Como algo que me haga salir de mi.
La otra opción es convertirme en ermitaño. No hablo de irme a una ermita, sino de vivir como tal, de casa al trabajo y del trabajo a casa. He tenido mucha vida social en el pasado y necesito parar, centrarme, pensar y tratar de volver a tener gusto por vivir, por lo que tengo, por la familia, por los amigos, por la naturaleza. Y por supuesto, no desesperarme en lo que no consigo. Si no lo hago, debo analizar los motivos y tratar de cambiar las cosas para cumplir mis objetivos.
Además, la vida son dos días y quizá mañana no estemos aquí para contarlo.
Ánimo a todos los que os encontráis así. Espero encontrarlo yo también.

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